Están ahí. No son ajenas para mí, y tampoco lo son para tí. Algunas veces se escuchan a gritos y otras veces como un suave susurro que resulta casi imperceptible.
Su arrullo esquizofrénico está presente aún en el más hondo de los silencios.
Están en todos lados y a la vez en ninguna parte.
Son las voces dentro de tí. Esas voces que algunas veces te infunden calma, pero que en ocasiones te apresan con desesperación.
Escúchalas. Porque esas voces extrañas no son más que las voces de tu interior, de tu alma, de tu escencia; que te comunican con el exterior y te guían por los sinuosos caminos del Destino.
No siempre son agradables, y por eso preferimos ignorarlas, arrojarlas lejos para fingir que no las escuchamos. Qué más da, al cabo nadie más que nosotros las escucha y nadie más que nosotros controla nuestra vida.
Parece de locos, sí lo sé. Esa voz te está diciendo en este momento que no hay tales cosas, y para qué tomarse el tiempo en escuchar, si es tan fácil seguir a los impulsos. Es tán emocionante lanzarse sin pensar, tan sencillo hacerlo sin inhibiciones. Pero en el ocaso del efecto (sí, los impulsos son como las drogas, nada parece ser mejor hasta que se acaba y regresas a la realidad, a tú realidad) cuando tratamos desesperadamente de reencontrarnos con esa vocecilla que parece apagarse a lo lejos. Nos reclamamos por qué nadie nos advirtió. Pretextamos que no sabíamos, que nadie nos dijo.
Siempre estuvieron ahí. Gritando como un lamento ahogado. Esas voces extrañas que nosotros terminamos de ahogar.
Así es la naturaleza humana, tememos a lo extraño, incluso a nosotros mismos.
